lunes, 18 de febrero de 2019

Epifanía

Silencio.
Silencio y oscuridad gobernando mis sentidos.
Percibo una suave brisa acariciando mis brazos desnudos y meciendo levemente mi cabello.
¿Dónde estoy?
No oigo nada, más que algunos sonidos lejanos e indescriptibles. No hay un olor que pueda definir con exactitud, más que -tal vez- un sutil aroma a... ¿pólvora?
Juraría que veo estrellas. Muchas estrellas. Decenas, cientos, miles -me incorporo para ver mejor- millones. Miles de millones, quizás. ¿Estaré alucinando? ¿Me drogaron? ¿Estoy consciente?
Me paro y miro alrededor. Advierto que no tengo ropa ni calzado, estoy completamente en el modo en que llegué al mundo. Siento tierra seca bajo mis pies.
No veo, no veo nada, maldita sea; es la noche más oscura que conocí.
¿Cómo fue que llegué hasta aquí? ¿Dónde estoy, exactamente?
Juraría que vi esto en mis sueños, antes. Es extraño, y conocido a la vez.
Camino desesperadamente a la búsqueda de algo o de alguien que me dé una respuesta, un poco de cordura, de realidad; una razón que explique que aunque sea algo de todo esto tiene sentido.
Avanzo y grito, doy vueltas en círculos cayendo siempre en el mismo lugar. Golpeo el suelo y levanto tierra en cada golpe. Siento humedad y calor quemando mi rostro, son lágrimas que surcan mi piel, que exorcizan mi dolor, que lavan mi consciencia.
Sé dónde estoy, puedo comprenderlo ahora. Puedo recordar. Suspiro.
Alcanzo a ver, a una relativamente corta distancia, un pequeño acantilado. Voy hasta allí, entendiendo la razón de por qué estoy donde estoy.
A medida que avanzo, logro visualizar un destello de luz que se va haciendo cada vez más amplio, iluminando mi camino.
Me acerco, a paso lento pero firme, y me subo. Puedo contemplar, así, el espectáculo más maravilloso que haya visto jamás: el planeta Tierra presentándose a mis ojos, en todo su esplendor. Es tan inmenso, bello y majestuoso que no puedo más que sentirme insignificante ante él, absoluto amo y señor de aquella noche tan magnífica, tan oscura, tan extraña y conocida para mí.
Ya estuve aquí.
Se siente raro saber que no estoy físicamente en el lugar que siempre estuve: donde nací, crecí, amé y morí. Sí, morí. Estoy muerto, o mi cuerpo lo está. Mi mente vive, ¿o acaso es mi Alma?
Estoy vivo. En algún otro plano existencial o metafórico, pero estoy vivo, aquí y ahora, en el lugar de mis sueños recurrentes: en la luna.
No sé cómo llegué, ni por qué no puedo ver mi propio cuerpo; solo sé que siento paz.
Quizá porque este siempre fue mi refugio mental, donde me siento seguro, donde me siento yo. Es ese lugar recóndito del subconsciente al cual nadie tiene acceso, salvo nosotros, a donde nos trasladamos cuando sentimos miedo, incluso, de nosotros mismos. Es ese lugar al que vamos cuando el dolor nos abruma, o cuando la felicidad es tanta que necesitamos percibirnos en soledad para asegurarnos de atesorar cada momento, de acumular reservas de fuerzas para los malos tiempos, para llorar, para ser débiles en nuestra fortaleza; para escaparnos del mundo y embriagarnos de nuestra propia esencia.
Una paradoja siempre me albergó. ¿Somos individuos solitarios o seres sociales? Solos venimos y solos nos vamos, sí. Pero son nuestros vínculos los que moldean y le dan sentido a nuestras vidas: el compartir el aprendizaje a través del camino transitado.
Esto llegué a entenderlo con claridad solo después de jalar ese gatillo en mi sien y de ver cómo esas partículas de pólvora se convertían en decenas, en cientos, en miles, en millones; en miles de millones de estrellas.
Caí en este lugar que siempre fue mi refugio, pero que a la vez fue mi trampa mortal. No supe cómo salir, y por eso vine.
Lamento no haberme despedido. Espero sepan entenderme alguna vez. No pertenecía a ese mundo. No pertenecía a ese cuerpo que habitaba. No pertenecía a esa vida, porque ya estaba muerto en ella: vivo pero inerte. Ese no era yo, o más bien, no era el yo que quería ser.
Quiero expandirme y no sé cómo hacerlo. Solo veo las estrellas, y la pólvora. No quiero sentirme preso de esa bala. Quiero flotar por el espacio sideral. Quiero ser libre.
Soy libre ahora. Soy intangible. Soy etéreo.

Ya no soy materia, ahora soy mera energía, una parte más del universo.
No sé si todos vienen aquí o si cada uno va donde decide ir. Lo que sí sé es que, inexorablemente, todos nos conducimos a donde pertenecemos.
Me dejo caer.
Veo los planetas, los asteroides, los satélites, las estrellas de cerca. Siento que floto en la nada, que floto en el todo, y me siento en paz. Sonrío agradeciendo.
Ya estuve aquí, todo está bien. Me siento a salvo.
¿Cuánto hace que morí? ¿Cómo saberlo? Tal vez hayan pasado veinte minutos, o tal vez tres mil años. Aquí no existe el tiempo. Aquí todo es armónico, y sanador, pero a la vez distante.
Veo una luz, ¿qué será?
No puedo evitar ir, me atrae con un inesperado magnetismo. Una fuerza intrínseca me conduce, cada vez más rápido y más profundo. Entro en lo que creo que es un espiral espacio temporal. Todo es distinto, todo es conocido. Todo es veloz, todo es eterno.
No sé cómo, pero ya estuve aquí.
...
Silencio.
Silencio y luz gobernando mis sentidos.

Alguien me sonríe del otro lado, pero no dejo de llorar.
-Bienvenida al mundo. 





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