lunes, 13 de abril de 2015

Malvinas: una cuenta pendiente de justicia.

Transcurre el corriente mes de abril y a todos (o más bien, a muchos; no a todos lamentablemente) nos toca una fibra sentimental importante: la cuestión Malvinas.

Hay tres tipos de posturas, o al menos tres fueron las que he llegado personalmente a visualizar, de los ciudadanos argentinos respecto a la Causa Malvinas. La primera, mayoritariamente constituida por argentinos de treinta años para abajo -es decir, quienes se criaron con la posguerra- es la de la completa indiferencia y hasta el rechazo por la misma. La segunda, generalmente conformada por ciudadanos contemporáneos al conflicto de 1982, manifiesta un dolor arraigado y, consecuencia de éste, muestra un profundo respeto y amor por los soldados, pero prefiere no hablar del tema o hablar lo menos posible para no remover tierra vieja. La tercera, mancomunada por compatriotas de distintas edades, es la que considera que 2 de abril es todos los días y mantiene viva la memoria con tenacidad y pasión.

La primera de las sociedades que he vislumbrado, es la desmalvinizadora. La segunda, es la sociedad desmalvinizada. Y la tercera, es la Argentina re-malvinizadora (en esta última yo me siento incluida).

Creo que hablo con sentido común cuando digo que mucha de nuestra juventud es desmalvinizadora. Y no creo que se trate de una cuestión de moda o de la edad. No es "cool" portar una bandera británica en el pecho. Y no digo con ésto que haya que odiar a los británicos, porque hay que aprender a discernir entre pueblo y Estado, y hay que saber puntualizar y no generalizar. Con ésto tampoco estoy diciendo que uno sea inexorablemente un vendepatria por consumir fútbol, música, literatura, cine o cualquier producto de índole cultural inglés. No se trata de odiar a su cultura. No se trata de odiar, en realidad, ya que Malvinas es una historia de amor. Sí, de amor, así como me leen: una historia de entrega por la Patria, de dar la vida por el otro, de dar todo sin pedir nada a cambio. Eso fue Malvinas. Y si digo que usar una remera con una bandera británica en el pecho es una falta de respeto, es porque hay miles de veteranos y familiares de caídos con quienes uno se puede cruzar todos los días sin saber. Uno debe plantearse por qué hace lo que hace. Con qué objetivo, qué quiero representar, qué me quieren vender con ésto que compro, a quién puedo perjudicar -más allá de que cada quien tiene el derecho de vestir lo que quiera-. ¿Cómo creen que consideran ellos que su propio pueblo lleve en su pecho la bandera que representa al Estado que hizo derramar la sangre de nuestros compatriotas, por algo tan efímero y nulo de sentimientos como lo es una moda? ¿No piensan que merece un minuto de reflexión, pensar para sus adentros si es realmente necesario comprar esa remera, en lugar de otra? Pero todo ésto tiene una respuesta, una causa: la juventud de hoy es desmalvinizadora porque sus antecesores lo permitieron. Es una consecuencia del segundo tipo de sociedad que presenté: la desmalvinizada, la sociedad de los "chicos de la guerra".

Los argentinos que vivieron los hechos de 1982, o que al menos tenían edad para razonar qué sucedía, generalmente asumen un rol pasivo frente a la Causa Malvinas. Les genera un amargo y sentido dolor, pero prefieren no hablar del tema. ¿Por qué? No es culpa de ellos ni lo hacen por maldad, es toda la estrategia político-mediática que gestó toda la pantomima de "los chicos de la guerra" para invisibilizarlos. No es casual que utilice el concepto de "chicos de la guerra", ya que así titularon al primer filme cinematográfico que se realizó sobre este tema. Se envolvió a nuestros valerosos soldados en un manto de infancia, de desprotección, de inacción, de temor, hasta de cobardía; hablando de ellos como "niños desprovistos" lo único que consiguieron fue otorgarles el papel de víctimas, de mártires, de torturados que no sabían a qué se enfrentaban, y no el nombramiento que verdaderamente merecían: el de héroes nacionales. Y así se los silenció. Así se los escondió bajo el tapete del olvido. Quiso cambiarse el significado de la guerra por el de genocidio, cosas harto diferentes: en un genocidio el oprimido no elige, es sometido (el caso del genocidio armenio por parte de Turquía, por ejemplo); en una guerra se está en igualdad de condiciones de acción, es decir, ambos Estados están de acuerdo en combatir bélicamente. Pero ojo: en el caso de Malvinas no nos quieren hacer creer un genocidio por parte de los ingleses, sino por parte de los propios argentinos (en tal caso, el único crimen de guerra del cual podemos hablar es del hundimiento del Crucero General Belgrano por orden de Margaret Thatcher, el cual estaba fuera de la zona de exclusión). Es entendible entonces que, creciendo con esta propaganda, se tienda a ver al veterano como una víctima y a no hablar del tema para no recordarle el dolor y no tocar la herida. La cuestión está en, justamente, darle la posibilidad de hablar, de abrirse, de expresarse. Todo lo que queda adentro, se pudre, es una ley física. En nosotros los humanos, lo que se queda dentro, implosiona. Claro está que hubo abusos puntuales por parte de ciertos oficiales a los soldados, pero no aplican taxativamente a todos y cada uno de los casos (una vez, el veterano Víctor Cañoli, quien tengo el honor de contar con su amistad, sabiamente me dijo: "en situaciones límite como una guerra se determina y potencia cómo realmente es uno: quien siempre fue bueno, allá fue un héroe, quien siempre fue malo, allá fue un tirano").

Es menester desmenuzar el por qué de todo para comprender. ¿Por qué querría el Estado humillar a sus propios héroes nacionales subestimando su valor en combate, en lugar de homenajearlos orgullosamente y, acto seguido, hablar del conflicto bélico como un genocidio por parte de los propios argentinos? Pareciera que la historia oficial se limita a que un día, el general borracho Leopoldo Galtieri, se "acordó" que teníamos unas Islas ahí perdidas por el sur y, como no tenía nada mejor que hacer, ya que su gobierno de facto venía en pique, decidió tomarlas por la fuerza llevando niños desprovistos al matadero. Nos enfrentamos entonces al imperialismo inglés o, "mejor dicho", a la democracia. Fue, una vez más en nuestra historia, tan acostumbrada a las dicotomías, civilización y barbarie: una guerra de la democracia con la dictadura. De manera que, como "perdimos", ganó la democracia; por poco hay que agradecer a Thatcher por habernos abierto las puertas a un gobierno democrático para todos.

Bueno, responder a esa pregunta inicial es tan complejo como imperante: si sólo se entiende a la historia de la guerra por Malvinas por el lado de la gestión de Galtieri-indistintamente de si era borracho o no, no hace al caso, en tal caso esa es una apreciación personal-, estamos viendo sólo una cara de la moneda, optando por una explicación simplista, dejando de lado la cuestión de los intereses internacionales. Ignoramos, así, el hecho de que Gran Bretaña contaba con el ferviente aval de Estados Unidos (sí, Ronald Reagan tuvo una gestión más que participativa en el conflicto, además de Augusto Pinochet, presidente de facto de Chile). Ignoramos, también, que su interés por nuestras Islas heredadas legítimamente por la Corona Española y usurpadas por el Reino Unido en 1833, abarca toda la extensión del Sector Antártico, nuestros recursos naturales, y el hecho de que es la única entrada por ultramar que une el océano Pacífico con el Atlántico, en caso de que -por algún motivo- quede inutilizado el Canal de Panamá. Diciendo que fue una maniobra torpe y aventurada, impensada; estamos deshistorizando y descartando más de cien años de negociaciones diplomáticas bilaterales -realizadas en gobiernos legítimamente electos- que se fueron llevando a cabo desde 1833 hasta 1982.

Después de la guerra, Argentina necesitaba urgentemente recomponer relaciones con el Reino Unido y los Estados Unidos de América, para no quedar fuera del sistema económico internacional de las grandes potencias occidentales. De manera que se buscó, con la mayor celeridad posible, desmalvinizar al pueblo, hacer borrón y cuenta nueva y ser parte del establishment financiero de los 90, conocido vulgarmente como "relaciones carnales" (jugada esencial del menemismo). Así que fue todo muy simple: se gestionó un mecanismo de propaganda político-mediática de olvido nacional con Malvinas. Se arrancó de cuajo toda simbología patriótica sobre Malvinas, para no generar sentimiento popular al respecto. Y así instalaron, también, el equívoco pensamiento de que si hubiésemos "ganado" la guerra (a mi pensar, la única guerra que verdaderamente se gana es la que no se derrama sangre), la dictadura cívico-militar se hubiera perpetuado para la posteridad en nuestro país; conclusión por demás errónea. La guerra de Malvinas coincidió solo cronológicamente con la dictadura, ya que, como he dicho, hubo más de cien años de negociaciones entre ambos Estados, e inclusive un casi llegado mecanismo de retroarriendo el cual, de haberse llevado a cabo, probablemente hoy estaríamos a unos diez o quince años de tener a las Islas Malvinas como legalmente argentinas. Pero como dije antes, este aparato propagandístico-ideológico atacó tan fuertemente, que se arraigó en los cimientos de la sociedad argentina hasta hoy día. En primera y potencial medida, arremetió contra los protagonistas del hecho, los soldados. En lugar de realzar su valor en combate (como hacen los ingleses, quienes siempre destacan el valor del soldado argentino), se los recuerda como a niños desprovistos que no supieron defenderse. Que eran jóvenes no hay duda. Pero lucharon como hombres, como héroes, con bravía y honor; y eso no fue tomado en cuenta, por lo contrario: ridiculizaron al soldado para que sea olvidado y no admirado. No es sorpresivo, entonces, el inmenso número de combatientes que murieron víctimas de suicidio; prácticamente se les dijo y se les hizo creer que todo lo que hicieron, todo lo que vivieron, todo lo que vivieron fue en vano, y que la muerte de sus camaradas también lo fue. Sumado a que no se los asistió como corresponde, que no se les otorgó trabajo, y que toda la sociedad, producto del gran aparato desmalvinizador, les dio la espalda. Culpo y condeno esa cruel desidia que llevó a nuestros héroes a sentirse incomprendidos y menospreciados, y que no encontraran otra solución a su tristeza más que la muerte autoinflingida. En segunda instancia, instauró el pensamiento de que mantener viva la memoria por Malvinas es reivindicar la dictadura, por lo tanto, todos seríamos -en palabras de Hebe de Bonafini- unos "fachos" por defender la Causa. Pero si vamos a los hechos, y citando al veterano corresponsal de la guerra de Malvinas, Nicolás Kasanzew: "el 2 de abril de 1982, en Plaza de Mayo el pueblo vitoreaba patrióticamente con fervor el recuperar nuestras Islas, pero en el momento en el que Galtieri se autoproclama 'excelentísimo Presidente de la Nación Argentina' la gente lo abuchea y le grita 'dictador' porque discernían muy bien la diferencia".

Es de suma urgencia que todos nos llamemos a la consciencia colectiva. Que para que haya menos ciudadanos argentinos del primer grupo, el desmalvinizador, tenemos que dejar de ser del segundo, el desmalvinizado; para finalmente ser del tercero: el re-malvinizador.  El primer paso es dejar de verlos como víctimas. Toda la sociedad argentina fue, en tal caso, víctima del gobierno de facto, de la historicidad que aconteció aquellos años. Pero ellos no fueron víctimas de la guerra, ellos se batieron con el mayor de los honores. Tenemos que dejar de mirar con lástima a los veteranos. Porque, acto seguido de mirarlos con lástima, es darles vuelta la mirada. Es seguir siendo parte de esa indiferencia generalizada. Es decir, si somos unos desmalvinizados, vamos a pasar a ser desmalvinizadores, y a formar futuras generaciones desmalvinizadoras. Tenemos que mirarlos con orgullo, con honor, devolverles una amplia sonrisa, agradecerles, abrazarlos. Que sientan la gratitud de parte de sus compatriotas, que sientan a su pueblo parte de su familia. Porque ellos no fueron a combatir con un fusil al hombro bajo despiadadas temperaturas, enfrentando a uno de los imperios más colonialistas de la historia mundial, dando sus vidas y viendo a sus camaradas morir, para que les vengan a contar una historia que no fue: a decirles que fueron unos niños desprotegidos que no supieron ni mantenerse en pie. Los invito, si no me creen, a conocer las heroicas proezas de nuestros combatientes veteranos y caídos, como las vivencias de Oscar Ledesma, de Owen Crippa, de Roberto Baruzzo, de Julio Cao; dignas de ser conocidas a la par de las historias de nuestros próceres Manuel Belgrano y Don José de San Martín (y dignas de envidiar por cualquier guionista de película hollywoodense, ya que en la mayoría de los casos, la realidad superó a la ficción). Con simplemente buscar en internet podrán acceder a ellas, hoy estamos a un click del conocimiento, en la era de la información y la inmediatez. No hay excusas, argentinos. Sapere aude: tengamos el valor de servirnos de nuestro propio conocimiento, animémonos a saber.  

Treinta y tres años en términos históricos no es absolutamente nada, pero en la vida de un ser humano es muchísimo. En su entonces tenían entre dieciocho y veinticinco años, hoy superaron los cincuenta. El tiempo corre y el momento de saber y de reconocerlos, homenajearlos y admirarlos como corresponde es AHORA. Tenemos que trabajar mancomunadamente para reconstruir nuestra historia, para conferirles el valor que se merecen, conociendo el pasado podemos conocer mejor nuestro presente y nuestro futuro. Malvinas es parte de nuestra identidad nacional.

Los protagonistas del hecho están vivos y ansiosos de ser escuchados. Vean sus entrevistas y documentales. Lean sus libros. Vayan a eventos donde den charlas, ya sea en escuelas, conferencias o actos y desfiles -los cuales son gestionados por ellos mismos, claro está, porque si ellos no se autoconvocan el Estado no es capaz de hacerlo-. Escuchen sus programas de radio. Infórmense por ellos mismos. Vayan a las fuentes directas.Y sobre todo, les propongo una experiencia sin igual: mírenlos a los ojos, agradézcanles por haber combatido por la Patria, díganles lo mucho que valoran su lucha, abrácenlos, emociónense junto a ellos. Regálenles un momento de felicidad. Regálense, a ustedes mismos, un momento de felicidad. Van a ver lo mutuamente gratificante que es. Les debemos mucho.

Un soldado no muere en combate, muere cuando su pueblo lo olvida e ignora. No lo permitamos.


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