jueves, 15 de noviembre de 2018

Eternamente

Solo se muere cuando se olvida. Guardianes de nuestro mar, de nuestra Argentina, viven eternamente en nosotros hasta el fin de nuestros días. 


A.R.A. San Juan

lunes, 12 de noviembre de 2018

Aries

Fue efímero. Fue efímero, intenso, e iluso a la vez. Fue errático, equívoco, torpe y ciego. Ciego, y sordo, e inconsciente también. 
No se puede medir la coherencia cuando estás sintiendo cosas por dentro, ¿o acaso se puede medir, frenar, controlar un sentimiento? 
Supe que ibas a hacerme mal. Y lo intenté, de verdad, créeme que lo intenté. Ciertas cosas las vi y elegí no verlas. Quise creer que me equivocaba, como si la intuición alguna vez nos fallara. Ay, si pudiésemos confiar más en ese mecanismo interno de defensa que nos dice: "¡alerta, va a herirte!", sin pensar que exageramos. No, date cuenta, exagerado se es ante un primer juicio. Después de un tiempo se ve con certeza, si los actos hablan o no por sí mismos. ¿Por qué, entonces, ser tibios?
Conozco mis fortalezas y mis debilidades, y me conociste fuerte, pero también me conociste frágil. Y estaba frágil no por no quererme (como antes) o por ser ingenua y confiar demasiado, sino por, justamente; querer confiar.
Yo quise creer en tus palabras. Quise creer en tu lado mejor. Quise creer en tu alma, en tu luz interior. Quise demostrarme que es mentira que el amor no existe o, más bien, que no lo necesito. Quise, por una vez en mucho tiempo (desde que me proclamé mi propia autocracia) sentir que no tenía por qué tener una coraza, por solo tener miedo. Quería no depender solo de mí, sino también dejarme querer, dejarme cuidar, dejarme descubrir. 
Yo solo quería tu compañía, un poco de diversión, algo de ese lindo torbellino de energía, de tu infinita pasión...
Pero me confundiste.
Me confundieron tus ojos pardos, con pobladas pestañas, observándome fijamente. Me confundió tu sonrisa impertinente y tu mirada de devorador. Me confundió tu dulzura de poeta y tu actitud de conquistador. Me confundió tu chispa, tu mente analítica y tus constantes críticas a lo establecido, y esa necesidad de querer que te sane lo herido. 
Me confundieron tus manos tomándome por la cintura, acercándome a vos, estrechándome a tu pecho y a tu corazón; latiendo de manera palpitante. Me confundió que me busques de modo incesante. Me confundió tu manera de buscarme pelea y reírte como si fuera lo más divertido. Tu tacto atrevido, tu tierno acariciar. Me confundieron tus risas y tus ojos con lágrimas. Me confundieron nuestras diferencias que creí complementarias. Me confundió que deposites en mí tu confianza y me digas que querías un futuro conmigo.Y a pesar de verte tan inestable, tan perdido en el camino, sentí que, ¿por qué no?, podías ser un desafío.
Me confundió tu porte de hombre y tu gracia de niño, el ardor de tus besos: por momentos suaves, a veces frenéticos. Me confundió tu perfume y la suavidad de tu piel. Pero, sobre todo, me confundió tu discurso tan cruel.
Tus palabras medidas y pensadas de manera estratega. Tus palabras que, Dios, ¿cómo pude creer? Tus palabras que solo buscaban mi entrega, mi fe, mi dominio, mi orgullo al caer. Me hablaste de amor con tanta elocuencia, me hablaste de amor, ¿podés recordar? Me hablaste de amor, creí en tu franqueza, y solo dolor supiste dejar.
No te importaron mis ilusiones, ni tus actos devenidos en consecuencias. Y a sabiendas de tu juego, elegiste abrazarme y susurrarme una canción, para así asegurarte de que -de por vida- la oiga y escuche en mi oído tu voz.
Aún siento tu calidez pero, creo, te pude superar. Es solo la ausencia de sentirme vacía, el miedo a que nadie me vuelva a amar. Es la impotencia de sentir que con un suspiro quisiste derribar el castillo que tanto me costó construir. Y la angustia y el terror a ser por siempre una piedra, por no poder mi corazón abrir. 
La melancolía de siempre volver, de siempre tratar, de soñarte y odiarte, de jamás olvidar; de saberme inteligente y no poder con esto, y de los pensamientos que sí, no te niego; aún hoy me robás.