miércoles, 28 de junio de 2017

Sobre el olvido

Hay quien dice que no hay peor cosa que el rencor y, tal vez, la muerte. Contra todo eso, existe un paroxismo supremo: el olvido.
El rencor funciona como un veneno que se consume a la espera de ver morir al otro. 
La muerte es la partida física de este mundo a un plano superior, la elevación del alma.
El odio divide a las personas arrancando todo vestigio de empatía de su interior, y sin duda alguna, el odio tiene un hermano silencioso y letal (o tal vez, su semilla): que es el olvido. 
El olvido es ese sicario que asesina de manera premeditada, lenta y dolorosamente, sin compasión. El olvido es esa daga que se clava en el pecho, pero que primero atravesó el estómago y generó una pérdida de sangre total en el cuerpo. 
El olvido es el gestor de que se resequen las almas, del conformismo pesimista, de las causas pendientes de justicia, de la victoria opresora de aquellas plagas que arrasan con los sentimientos, la valentía, los ideales y la honestidad de la gente. 
Quien impone olvido, mata más que cualquier virus y que cualquier guerra. Es la bomba atómica a las voluntades y a las conexiones intrapersonales. Es el mayor aniquilador de esperanzas, de amores, de metas y sueños. Es la excusa para echar por tierra los esfuerzos colectivos, las sacrificios personales, las metas y los cambios. 
Quien siembra olvido, cosecha indiferencia y, por último, ignorancia.
Olvidar es el modo infalible de andar por la vida siendo, simplemente, individuos despiadados, egoístas, completamente  enajenados de nuestro entorno y de nuestro propio ser, dejando resecar nuestras almas.
Olvidar es limitarse a venir al mundo para nacer, crecer y morir sin un propósito mayor...