martes, 29 de noviembre de 2011

Utopía



Y, sin embargo, allí estaba ella, esperándolo como siempre, aguardando su llegada. Pese al tiempo no había podido olvidarlo. “Es tan corto el amor y tan largo el olvido”, recordaba mentalmente. Pero ya era parte de su esencia, parte de sí misma; no podía deshacerse de su recuerdo porque sería traicionar a su propio corazón. Tanto se habían arraigado las espinas de ese amor, que ya no podía quitárselas porque le dolería aún más. Viviría el tiempo que tenga que ser con ese dolor allí, con cada espina encarnada; esperando el momento en que ya sea simplemente algo del pasado o que se conviertan en pétalos de rosas… Y sólo él podría lograrlo.

Él… dónde estaría él. No cesaba de preguntárselo para sus adentros. Dónde estaría él, qué estaría haciendo, cómo podía ser que día y noche estuviese presente en cada uno de sus pensamientos… Cómo podía ser posible que se haya cruzado en su vida y que tan fugazmente se haya ido… Un momento de felicidad disfrutado, apasionado, intenso; pero efímero… Ya todo aquello no era más que cenizas de un fuego encendido anteriormente. Un fuego que envolvió las rosas y las volvió polvo. Un fuego que pulverizó la suavidad y delicadeza de los aterciopelados pétalos, pero que aún así no pudo acabar con las espinas; que, al querer protegerse del asesino hervor del fuego, se clavaron hundiéndose profundamente en cada recoveco de su corazón. Y volvió lo bello, cenizas. Cenizas de rosas...